Reproduïm l'article que es va publicar al Fapelnews Núm. 3
Per Josep Miró i Ardèvol, exdirector del Centre d’Investigaciói Desenvolupament Empresarial- Institut
d’Estudis del Capital Social (CIDE-INCAS)
Educar significa trasmitir códigos morales y
actitudes éticas que permitan dar sentido a la vida del adolescente, la
encaucen y la doten de recursos para controlar sus dos principales impulsos, el
de su libido y el de la destrucción. Hablar –educar– sobre el sexo, no es sinónimo
de permisividad y libertad de acción como nuestra sociedad confunde, sino
precisamente todo lo contrario. Los graves problemas que paralizan la sociedad
occidental, son consecuencia de la ideología dela desvinculación que nos invade
y domina. Desvinculación en el sentido de que la realización personal es vista únicamente
en función del deseo ante el que todo vínculo, norma, institución, compromiso personal,
debe supeditarse o ser roto.
Un número creciente de padres están
preocupados por sus hijos adolescentes. Pero no solo ellos, también educadores,
científicos sociales, medios de comunicación. Solo quienes nos gobiernan parecen
poco sensibles a lo que sucede. Se dice, y es cierto, que se trata de un
problema educativo, pero esto no es decir mucho. Educares simplemente
“conducir”; la cuestión esa dónde, su sentido. Una instancia importante, el
Consejo de Estado, nos da una pista cuando en su crítica demoledora del proyecto
de Ley sobre la enseñanza, afirma que estaba falto de toda referencia a los valores
básicos como “el deber de estudiar” y la cultura del esfuerzo y, excesivamente condicionado
por lo nuevo. Desde hace un cierto tiempo, explico y aplico un diagnóstico:
nuestros problemas son consecuencia de la ideología de la desvinculación que
nos invade y domina. También el grave problema de la educación de la
adolescencia. Desvinculación en el sentido de que la realización personales
vista únicamente en función del deseo ante el que todo vínculo, norma, institución,
compromiso personal, debe supeditarse o ser roto. Es un problema de Occidente y
sobre todo de buena parte de Europa, pero solo en el caso de España, esta
cultura de masas nacida a finales delos años sesenta del siglo pasado, se ha transformado
en proyecto político.
Esta concepción confiere un papel determinante
al sexo y sin quererlo, pero por la misma lógica hacedora, a la violencia y vandalismo,
al impulso destructivo. Freud, que está en el origen de aquellos planteamientos
de la revolución cultural de los sesenta, lo explicó con precisión cuando expuso
que la felicidad, que es difícil y fugaz, se alcanza en su grado máximo en las relaciones
sexuales. Freud daba a este término un sentido muy amplio, pero en este caso se
refería, porque así lo precisó, a la “sexualidad (genital)”. La cultura y las instituciones
limitan esa capacidad para el goce, explicó.
De este hilo conductor sale la concepción
ideológica del deseo como proyecto político, propio de los sectores que ya
militan en el post-socialismo. Pero Freud dice mucho más que eso. Efectivamente
creía en la libertad para hablar de sexo, pero atención, no postulaba la
libertad de actuar. No creía en lo que hoy llaman libertad sexual. Las teorías freudianas,
como explica el profesor de Psiquiatría de la Harvard Medical School, Armando
Nicholi, sostienen que poseemos dos instintos básicos que generan tensiones, el
Eros, al que también denominó libido y el instinto de destrucción. Freud defendía
enseñar a los niños unos estándares altos de moral y que la sociedad hiciera cumplir
estos preceptos para controlar ambos impulsos. En su obra “El Malestaren la
cultura” escribió que una comunidad actúa con plena justificación cuando prohíbe
una conducta sexual a los adolescentes, por una razón que en nuestro tiempo
llama la atención: “pues la contención de los deseos sexuales del adulto no ofrecerían
perspectiva de éxito si no fuera facilitada por la labor preparatoria en la
infancia”. Y precisaba: “Las obligaciones morales referentes a la sexualidad
deberían ser dadas en el momento de la confirmación (religiosa)”, lo que
viniendo de un ateo no deja de proyectar un interrogante de interés. Quizás
asumía avant letrela idea de Ratzinguer: “Tanto si crees en Dios como si no,
compórtate como si Dios existiera”, porque la ética cristiana es la portadora
de sentido para nuestra ética cívica.
En resumen, educar es trasmitir códigos morales
y actitudes éticas, que den sentido a la vida del adolescente, la encaucen y la
doten de recursos para controlar sus dos principales impulsos, el de su libido
y el de la destrucción. Hablar –educar– sobre el sexo, no es sinónimo de
permisividad y libertad de acción como nuestra sociedad confunde, sino
precisamente todo lo contrario. El impulso destructivo en demasiados adolescentes
que daña la enseñanza, dificulta la integración social y preocupa a los padres,
está ligado a la permisividad sobre la conducta, también la sexual.
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