dimarts, 13 de setembre del 2016

¿De veras quiere conciliar?

Reproduïm l'article que es va publicar al Fapelnews Núm. 3


Signat per Paco Gayynch & partners



Si es usted afortunado y puede pensar en la posibilidad de conciliar vida laboral y vida familiar, tómeselo muy en serio. Porque el tema no sólo es de gran seriedad, sino que también presenta una gran complejidad. Y hasta el momento sobre este tema se están oyendo y leyendo una sarta de frivolidades. Además, hay que pensar en los que aún queriendo conciliar, han de supeditar este problema a otros mucho más importantes.

Es la expresión de moda. Conciliación. Y se ha convertido en la aspiración prioritaria,  dentro del discurso de la satisfacción/insatisfacción laboral. No estamos satisfechos, incluso estamos desmotivados, porque no podemos conciliar. Aparecen personas que corren el grave riesgo de lesiones, incluso físicas, haciendo equilibrios casi circenses
para lograr la conciliación. Hoy casi puede llegarse al extremo de diferenciar dos tipos de personas en el mundo, las que concilian y las que no, y eso, claro, crea toda una estampida de personas dispuestas a ser de las que sí, aunque no sepan muy bien qué hay que conciliar ni, por supuesto, se hayan detenido a ver cómo es eso de la conciliación.
Con cierta ironía, y algo de mala uva todo hay que decirlo, a veces tienes la impresión
de que, en los encuentros “sociales” entre personas que tienen la suerte –aunque ellos crean lo contrario- de tener trabajo, es de rigor la pregunta “Y tú, ¿concilias?”,
como antes lo fue aquella de “¿Tienes móvil?” y, claro, ¡cualquiera se atreve a decir
que no!

Habrá que ver cómo es eso de la conciliación, ¿no? Para empezar, uno se da cuenta de que eso de la conciliación implica tener trabajo. Si no, no hay problema o, mejor, el
problema prioritario es otro. La cuestión sigue por lograr que el trabajo genere contraprestaciones que aporten satisfacción suficiente a las necesidades básicas. Si no,
el problema prioritario, es otro. Ése es el contexto en el que se plantean, normalmente, las necesidades de conciliación, una vez satisfechas determinadas necesidades previas. Entonces, cuando el problema es dar solución al conflicto intermotivacional en nuestra estructura de motivos, es cuando resulta fácil concretar qué es para mí la conciliación, para qué la quiero, cuál es el límite que tengo que poner a la satisfacción de otras necesidades, etc.

Entre otras cosas, se descubre la diferencia entre necesidades reales y necesidades aparentes y, también, se descubre aquello de las limitaciones humanas. Por ejemplo,
descubres que eso de la ubicuidad efectivamente no es un atributo humano.
Antes de seguir, un paréntesis. Conviene no olvidar la sensibilidad y el respeto que
merecen las personas que, por las causes que sean, andan intentando solucionar su
problema de satisfacción de necesidades básicas. No hacerlo así, es apuntarse al movimiento de moda y hacerlo frívolamente y, quizá, poco humanamente.
Sigamos. Ya sabemos que podemos y que queremos conciliar. Sabemos incluso el
porqué y el para qué. Viene el asunto del cómo. Respuesta habitual, humana pero
poco inteligente: que me lo resuelvan. El Estado, la Comunidad, el Municipio, la
empresa… tienen que. Hombre, verá, es Vd. el que tiene que, mejor dicho, el que
quiere que. Los demás, si nos interesa, podemos ver cómo ayudamos. ¿Le parece?
Es que si no, si no le parece, me temo que estamos cambiando de protagonista.

La protagonista es la persona, los demás ayudan si les interesa. ¿Les tiene que interesar?
Pues claro, y quien no lo tanga claro que se lo vaya haciendo mirar, como diría el humorista. Estamos hablando del seguir creciendo en el logro de personas equilibradas, personas que quieren, saben y pueden afrontar sus diversas áreas de actuación –aquellas en las que se les espera y necesita– y que estén en condiciones de hacerlo con eficacia y eficiencia, que diría Peter Drucker.

Por una parte, conviene, y mucho, ir tomando conciencia de que eso de las personas es tratable como un bien escaso, con tendencia a ser ciertamente muy escaso en el mundo noroccidental, y más escaso si el mundo se reduce a Europa, y aún más si el mundo lo reducimos al ombligo ibérico. Otros ombligos, dentro del ibérico, lo tienen aún peor. Si la persona tiende a dejar de abundar, ni le cuento si hablamos de personas competentes para dar respuesta adecuada a los retos de lo que llamó, también Peter Drucker, la sociedad del conocimiento. Personas equilibradas, por otra parte, son personas en equilibrio y no personas haciendo equilibrios, que es otra cosa más frecuente y menos deseable. Es por eso, y también por otras razones que ahora no podemos abordar, que al Estado, a la Comunidad, al Municipio, a la empresa, etc., les debería interesar, y mucho, ayudar a que las personas puedan conciliar. Pero ayudando y no sustituyendo. ¿Personas equilibradas?, pero ¿equilibrio de qué? Pues de los estados emocionales derivados de las situaciones que se les plantean desde los diversos planos en los que actúan. El problema suele llegar por intentos de equilibrar modelos diferentes aplicados a los diferentes planos de actuación, cuando, a lo más, es factible el logro del equilibrio de los planos siempre que se aplique un mismo modelo para todos ellos. Otra cosa lleva a ejercicios circenses con riesgo de descoyuntamiento, y no sólo físico esta vez, de la persona. Si de veras quiere conciliar, no frivolice, ni se compre un papelito que diga que Vd. es conciliador –sea Estado, Comunidad, Municipio, empresa o persona–. Tómeselo en serio, porque es un tema serio y complejo. Por si falta alguna razón para tomárselo en serio, piense en los que no tienen el problema, mejor dicho, en los que lo tienen pero deben supeditarlo a la solución de otros problemas que Vd. ya ha solventado. ¿De veras quiere conciliar? Pues siéntase afortunado y póngase a trabajar. En serio.

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